A un año de
la muerte de Daniel Zamudio
ALEGRÍA E INOCENCIA LIMITADAS AL
RECUERDO
En la marcha pro-LGBT del 30 de marzo,
una gran pancarta decía “La Homofobia Mata”. Un año atrás, la muerte de Daniel
Zamudio fue prueba de ello. Hoy, el impacto de su vida y los recuerdos de ella
siguen vivos y calan hondo entre amigos suyos.
Augusto Catoia Fonseca
“Si tuviera
que definir al Dani con una palabra, sería “inocencia””, dice Mariano “Nano” Aliste
(en la foto), amigo de Daniel y Director de la Fundación Daniel Zamudio.
Mientras habla, su respiración se acelera y sus ojos se mojan en lágrimas. “A
él el pololo le prometía el mundo, el cielo y las estrellas y Daniel se la
compraba. Vivía en su mundo, lejos de su realidad. Él era un niño”, relata.
Según su
amigo, la inocencia de Daniel no sólo le jugó malas pasadas. También tuvo su
lado bueno. A Mariano le dejó una lección de vida. “Daniel me enseñó que hay
que vivir intensamente. Él la vivió a concho… Incluso a veces tenía que decirle,
“Contrólate””, recuerda.
Otro amigo que se acuerda de él es Leandro Ortega.
“Terminábamos de armar la previa, y el Dani ya estaba casi en coma etílico. Se
explayaba, y le encantaba la Britney (Spears). Le gustaba la canción “Gimme
More”. Empezaba a calentar motores y cantaba esa canción”, recuerda Leandro.
Para él, la alegría era su rasgo principal. “Era lo que más me atraía en él. Te
alegraba el día”.
También para
José “Pato” Miranda, la alegría era su distintivo. “Su alegría era una coraza
para no caer ante las penas de su vida, principalmente el divorcio de sus
papás. Pero él era así por naturaleza también”, explica.
Los tres son
homosexuales. Salieron sin un rasguño físico de la golpiza a Daniel. Ese ataque
homofóbico les golpeó el alma y no el cuerpo.
***
En medio a
un mar de papeles y tarjetas con mensajes de apoyo a Daniel en la fachada de la
Posta Central, había un hilo de lana con corazones de papel colgados. Uno de
ellos decía, “Vamos a seguir en la lucha”. Lo había escrito José con unos
amigos.
En el día 27
de marzo de 2012, él se encontraba en la recepción de la Posta esperando por
noticias sobre la salud de “Dani”. De pronto irrumpe un médico que llama a los familiares
al piso donde la víctima estaba. José permaneció en el lugar, presintiendo que
algo malo pasó. Momentos después vio a Diego, hermano de Daniel, pálido y con
los ojos llorosos. “El chanchito se nos fue”, dijo el familiar. Acompañado de
una amiga, “Pato” la abrazó y lloraron juntos. En su cabeza, ese momento
confirmó el mensaje en el corazón de papel.
Mariano
caminaba hacia un paradero de Transantiago, a camino de la Posta Central. Antes
de llegar a la parada, lo llamaron para decirle que Daniel había muerto. Él lloró
durante todo el camino del bus. “Pasé por San Borja ese día, antes de ir a la
Posta. Fue como patear la perra por toda la hueá
que había pasado… Tuve que asumir en dos días que Daniel no iba a estar más”,
recuerda.
A Leandro lo
llamaron por teléfono para avisarle. “Pobrecito el Dani…”, pensó. Se dirigió a
la Posta, pero no le dejaron entrar.
***
Con la
muerte de Daniel, “Nano” no sólo perdió la inocencia de su amigo. También perdió
la propia. Tiene 27 años, y es la segunda vez que pasa a la adultez. “Antes yo
ni había sido presidente de curso y ahora me toca dirigir una fundación… No
tenía idea cómo hacerlo”, recuerda. “Iván (Zamudio, padre de Daniel) es el
presidente, pero no tiene mucho tiempo. Así que me toca a mí mandar y responder
mails, organizar cosas”.
Mariano cree
que la memoria de Daniel estará honrada cuando se alcancen dos metas: penas
justas para los imputados, y que la imagen de su amigo pierda las manchas
impuestas por los medios. “A Daniel lo tacharon de promiscuo y alcohólico, pero
él no era así. Era un niño, y a veces caía en excesos con el copete”, describe
Aliste.
***
Después de
la muerte de Zamudio, los papeles y tarjetas de la fachada de la Posta fueron
guardados en una bolsa. Ella se encuentra en el clóset de la pieza de “Pato”.
Cuando se cambia de ropa o lo tiene abierto, siempre la ve. Nunca lee nada de
su contenido. Él aviva a Daniel en su memoria mirándola por fuera.
“Nano” vive
en Calera de Tango, en un campo. Un día, Daniel se fue a su casa y en la
fachada había un chivo atado con una cuerda. “¿Hueón, qué hace esta hueá
aquí? ¡Una oveja!”, preguntó Daniel. “No es una oveja, es un chivo”, le corrige
Mariano. “Ya, pero estas hueás son del
Polo Norte, ¿cachái?”, respondió “Dani”.
Actualmente,
hay un chivo amarrado cerca del paradero en donde Mariano toma el colectivo
todos los días. Siempre que pasa por ahí, recuerda a su amigo fallecido.
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