viernes, 12 de abril de 2013



LOS BLANCOS Y NEGROS DE UNA GARRA AFILADA

Se llama Garra Blanca, pero de cierta manera es un nombre equivocado. Tiene matices de blanco y negro, violencia y paz. Considerando su comportamiento, es como si su nombre fuese Garra Blanca y Negra.

Augusto Catoia Fonseca






Un hombre con barba y larga cabellera saluda a una mujer al volante y empiezan a conversar. Él es Mario Hermosilla, conocido por todos como “Santana”; ella es la psicóloga del plantel. El tema: los perros callejeros de las inmediaciones del club, mal cuidados y alimentados. A él le preocupa el abandono que sufren, y la posibilidad de que padezcan rabia u otras enfermedades que afecten niños y gente que pasa por el sector. Conversan para ver qué hacer al respecto.

“Santana” es miembro de la Garra Blanca hace 27 años. Esta fue fundada en 1986 por los hermanos Apablaza como una fusión de barras de la época (Barra Maratón, Barra Juvenil y Barra ¿Quién es Chile?). A partir de los años 90, la barra ya tenía unos 2.000 miembros. Hoy, según él, son unos 10.000 a lo largo del país.

Tonos de negro 





Según el sociólogo Eduardo Santa Cruz, las barras chilenas son un producto de la élite del fútbol. La hinchada de los 70 era pasiva y no ejercía presión a los adversarios. Los dirigentes querían hinchadas más agresivas para obtener mejores resultados en juegos de local. Estas surgieron en Chile en los años 80 y resultaron muy imponentes, pero a partir de los 90 la actitud de las barras se transformó en violencia. La Garra Blanca (o como también es conocida, GB o Garra)  da varios ejemplos.  

En el año 2000, durante un partido contra Iquique en el Monumental, “Barti” se abalanzó sobre “Huinca” y lo apuñaló. Los dos eran miembros importantes de la barra; de ahí el motivo de la pelea. Porque en la Garra Blanca no hay votaciones formales para elegir líderes. Lo que lleva una persona a liderarla es la capacidad innata de liderazgo y percepciones de los miembros sobre compromiso con el club. Entonces a veces surge más de uno, y disputas de poder aparecen. “El “Barti” estaba validado por el grupo, y el “Huinca” estaba ganando cada vez más importancia”, afirma “Chasca”, miembro de la barra hace 17 años.

En las relaciones internas, hay otro aspecto importante: las subdivisiones. La GB se divide en facciones, que a su vez contienen piños. De estos últimos los hay de varios tipos: hay piños que se dividen, por ejemplo, por grupo etario (como Los Suiciditas de La Pintana, con miembros de hasta 13 años que fuman marihuana y protegen su territorio de hinchas de la “U”) y hasta por ideales anarquistas (Los Holocaustos son un ejemplo, según “Chasca”). Este miembro opina que los piños son “plagas” que surgen de las barras: “Se preocupan más por la anarquía y los destrozos que por apoyar el club”.

Según “Santana”, hoy en día la principal violencia de la barra son las peleas entre piños, en disputas de orgullo para ver cuál es el más poderoso. De hecho, dentro de la Garra hay un gran conflicto. Dos facciones -Los Spectros y La Coordinación- llevan una pelea por el mando de la barra que ya ha costado dos vidas: “Mero Mero” de Los Spectros y “El Escombro”, de La Coordinación. Aunque el caso de este último no es claro: su muerte se asocia más con Pablo Ávila, de la barra archirrival Los de Abajo.

A propósito de barras e hinchas rivales, no es novedad que la Garra ha tenido notorios hechos de sangre. Ella protagonizó el primer caso grave de violencia de barras en el país. En 1990, Danilo Rodríguez, hincha de Unión Española de 17 años y con Síndrome de Down, fue asesinado a golpes por garreros a la salida del Monumental.

En su documental Raza Brava, Hernán Caffiero muestra la historia de un garrero que vivió en carne propia el choque entre la Garra Blanca y Los de Abajo. En marzo de 2006, un bus de la Garra se encontró con miembros de la barra azul y una pelea de cuchillos y balazos empezó. Un hincha azul quedó grave. “Kunta”, uno de los fundadores de la GB, quedó parapléjico tras recibir una puñalada en la médula espinal. “Yo sólo quería calmar la mocha. Todos me conocen por mi carácter conciliador, de estar siempre mediando los conflictos”, afirma.

Tonos de blanco





La Garra Blanca no siempre es ruda. Es mansa también. Son comunes los barristas dispersos alrededor del Monumental en vísperas de partido pidiendo dinero para comprar entradas. En el día 5 de abril, había uno en el portón. Se llama Matías, y es de Punta Arenas. “Me vine a deo desde allá pa ver al Colo”, dijo, parado frente a un amontonado de monedas.

En ese mismo día también estaba “Santana” en el club, recolectando firmas en dos camisetas del equipo para regalarlas a un hincha con leucemia y otro con las piernas amputadas. Él aparece por allá entre 4 y 7 días por semana para saludar trabajadores y manifestar apoyo a los jugadores. Cuenta que en la GB también hay acción social: “En algún momento la Coordinación de la Garra trajo un grupo de dentistas pa los trabajadores del club. La Garra también trabaja en mantener los sindicatos de trabajadores del Colo-Colo, pa que ellos tengan trato y sueldos dignos”.

“Santana” es uno de aquellos miembros que no presiona jugadores ni se involucra en peleas. Su foco está en alentar a su equipo, y lo que quiere es paz. “Se invierte mucho dinero en cámaras y operativos para ver a los hinchas, pero el Gobierno está en deuda respecto a educación. Debe haber cultura de hincha que va al estadio por el deporte lindo de todos y no pa pelear”. 

La barra de Colo-Colo se coloca como una familia. A pesar de la violencia, el compañerismo también está presente en el grupo. Dicho valor juega un rol importante en la entrada al grupo. “Primero compras tu entrada. Te vái juntando con el grupo y naturalmente uno entra. Después, empieza un reconocimiento por parte de tus compañeros”, dice “Santana”.

“Kunta” comparte esa visión: “Mi gran familia es la barra. Es mi mundo, mi vida gira en torno a ella. De ahí no me saca nadie”. Mientras reposaba en su casa, la Garra exponía un lienzo que decía, “Fuerza Kunta”. Contó con la ayuda de garreros para subirse a autos y sillas de ruedas, y ellos le empujaban su silla para que él se encontrara con otros compañeros de barra. Por donde pasaba, miembros de la barra se acercaban para saludarlo. Después del ataque que sufrió, soñaba en volver al estadio a ver al “Cacique”. Con la ayuda de compañeros de la Garra Blanca, lo logró. Fue a México y vio a su equipo ganar por 2-0 al Toluca y clasificar a la final de la Copa Sudamericana de ese año. Cantó, gritó y agitó sus brazos en el aire. La sonrisa no salía de su rostro.

La muerte de un miembro también es otra instancia de unión en la GB. Los barristas se reúnen en el Monumental, dan una vuelta a su alrededor con el cajón cubierto con la bandera de Colo-Colo, entran al club y entonan cánticos alrededor del velado. Visten el manto del “Cacique”, flamean banderas, suenan bombos y cantan al unísono en homenaje al fallecido. “¡Oh, “Pantruca” no se va! ¡No se va, no se va, "Pantruca” no se va!”, cantaron en homenaje al barrista de ese nombre. En 2010, él  fue aplastado por un blindado de Carabineros mientras se dirigía al Monumental.

Con otras barras, también hay ocasiones de hermandad. La barra de la “U” y la de Colo-Colo se unieron en una pichanga para pedir la libertad de Augusto Pinochet en el día 11 de septiembre de 1998. Los líderes de ambos bandos incluso abrazaron a Pinochet hijo en la conmemoración. Además, “Pancho Malo”, ex-líder de la Garra, se encontró por medio del pinochetismo con líderes de otras barras: “Spiry” de Los Cruzados,  y “Mono Ale” y “Cabezón Beto” de Los de Abajo. Los tres se vincularon a la Fundación Pinochet y establecieron una relación amistosa.


Eduardo Santa Cruz definió a la Garra Blanca como una “montonera”, un “ente no homogéneo”. Y así es. Ella pega y abraza; insulta y apoya. La barra más famosa de Chile no es una paloma blanca ni un buitre: es un híbrido de ambos.   

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