LOS BLANCOS Y NEGROS
DE UNA GARRA AFILADA
Se llama Garra Blanca, pero de cierta manera es
un nombre equivocado. Tiene matices de blanco y negro, violencia y paz.
Considerando su comportamiento, es como si su nombre fuese Garra Blanca y Negra.
Augusto Catoia Fonseca
Un
hombre con barba y larga cabellera saluda a una mujer al volante y empiezan a
conversar. Él es Mario Hermosilla, conocido por todos como “Santana”; ella es
la psicóloga del plantel. El tema: los perros callejeros de las inmediaciones
del club, mal cuidados y alimentados. A él le preocupa el abandono que sufren,
y la posibilidad de que padezcan rabia u otras enfermedades que afecten niños y
gente que pasa por el sector. Conversan para ver qué hacer al respecto.
“Santana”
es miembro de la Garra Blanca hace 27 años. Esta fue fundada en 1986 por los
hermanos Apablaza como una fusión de barras de la época (Barra Maratón, Barra
Juvenil y Barra ¿Quién es Chile?). A partir de los años 90, la barra ya tenía
unos 2.000 miembros. Hoy, según él, son unos 10.000 a lo largo del país.
Tonos de negro
Según
el sociólogo Eduardo Santa Cruz, las barras chilenas son un producto de la
élite del fútbol. La hinchada de los 70 era pasiva y no ejercía presión a los
adversarios. Los dirigentes querían hinchadas más agresivas para obtener
mejores resultados en juegos de local. Estas surgieron en Chile en los años 80
y resultaron muy imponentes, pero a partir de los 90 la actitud de las barras
se transformó en violencia. La Garra Blanca (o como también es conocida, GB o
Garra) da varios ejemplos.
En
el año 2000, durante un partido contra Iquique en el Monumental, “Barti” se
abalanzó sobre “Huinca” y lo apuñaló. Los dos eran miembros importantes de la
barra; de ahí el motivo de la pelea. Porque en la Garra Blanca no hay
votaciones formales para elegir líderes. Lo que lleva una persona a liderarla
es la capacidad innata de liderazgo y percepciones de los miembros sobre
compromiso con el club. Entonces a veces surge más de uno, y disputas de poder
aparecen. “El “Barti” estaba validado por el grupo, y el “Huinca” estaba
ganando cada vez más importancia”, afirma “Chasca”, miembro de la barra hace 17
años.
En
las relaciones internas, hay otro aspecto importante: las subdivisiones. La GB
se divide en facciones, que a su vez contienen piños. De estos últimos los hay
de varios tipos: hay piños que se dividen, por ejemplo, por grupo etario (como
Los Suiciditas de La Pintana, con miembros de hasta 13 años que fuman marihuana
y protegen su territorio de hinchas de la “U”) y hasta por ideales anarquistas
(Los Holocaustos son un ejemplo, según “Chasca”). Este miembro opina que los
piños son “plagas” que surgen de las barras: “Se preocupan más por la anarquía
y los destrozos que por apoyar el club”.
Según
“Santana”, hoy en día la principal violencia de la barra son las peleas entre
piños, en disputas de orgullo para ver cuál es el más poderoso. De hecho,
dentro de la Garra hay un gran conflicto. Dos facciones -Los Spectros y La Coordinación-
llevan una pelea por el mando de la barra que ya ha costado dos vidas: “Mero
Mero” de Los Spectros y “El Escombro”, de La Coordinación. Aunque el caso de
este último no es claro: su muerte se asocia más con Pablo Ávila, de la barra
archirrival Los de Abajo.
A
propósito de barras e hinchas rivales, no es novedad que la Garra ha tenido
notorios hechos de sangre. Ella protagonizó el primer caso grave de violencia
de barras en el país. En 1990, Danilo Rodríguez, hincha de Unión Española de 17
años y con Síndrome de Down, fue asesinado a golpes por garreros a la salida
del Monumental.
En
su documental Raza Brava, Hernán
Caffiero muestra la historia de un garrero que vivió en carne propia el choque
entre la Garra Blanca y Los de Abajo. En marzo de 2006, un bus de la Garra se
encontró con miembros de la barra azul y una pelea de cuchillos y balazos
empezó. Un hincha azul quedó grave. “Kunta”, uno de los fundadores de la GB,
quedó parapléjico tras recibir una puñalada en la médula espinal. “Yo sólo quería
calmar la mocha. Todos me conocen por mi carácter conciliador, de estar siempre
mediando los conflictos”, afirma.
Tonos de blanco
La
Garra Blanca no siempre es ruda. Es mansa también. Son comunes los barristas
dispersos alrededor del Monumental en vísperas de partido pidiendo dinero para
comprar entradas. En el día 5 de abril, había uno en el portón. Se llama
Matías, y es de Punta Arenas. “Me vine a deo
desde allá pa ver al Colo”, dijo,
parado frente a un amontonado de monedas.
En
ese mismo día también estaba “Santana” en el club, recolectando firmas en dos
camisetas del equipo para regalarlas a un hincha con leucemia y otro con las
piernas amputadas. Él aparece por allá entre 4 y 7 días por semana para saludar
trabajadores y manifestar apoyo a los jugadores. Cuenta que en la GB también
hay acción social: “En algún momento la Coordinación de la Garra trajo un grupo
de dentistas pa los trabajadores del
club. La Garra también trabaja en mantener los sindicatos de trabajadores del
Colo-Colo, pa que ellos tengan trato
y sueldos dignos”.
“Santana”
es uno de aquellos miembros que no presiona jugadores ni se involucra en
peleas. Su foco está en alentar a su equipo, y lo que quiere es paz. “Se
invierte mucho dinero en cámaras y operativos para ver a los hinchas, pero el
Gobierno está en deuda respecto a educación. Debe haber cultura de hincha que
va al estadio por el deporte má lindo
de todos y no pa pelear”.
La
barra de Colo-Colo se coloca como una familia. A pesar de la violencia, el
compañerismo también está presente en el grupo. Dicho valor juega un rol
importante en la entrada al grupo. “Primero compras tu entrada. Te vái juntando con el grupo y naturalmente
uno entra. Después, empieza un reconocimiento por parte de tus compañeros”,
dice “Santana”.
“Kunta”
comparte esa visión: “Mi gran familia es la barra. Es mi mundo, mi vida gira en
torno a ella. De ahí no me saca nadie”. Mientras reposaba en su casa, la Garra
exponía un lienzo que decía, “Fuerza Kunta”. Contó con la ayuda de garreros
para subirse a autos y sillas de ruedas, y ellos le empujaban su silla para que
él se encontrara con otros compañeros de barra. Por donde pasaba, miembros de
la barra se acercaban para saludarlo. Después del ataque que sufrió, soñaba en
volver al estadio a ver al “Cacique”. Con la ayuda de compañeros de la Garra
Blanca, lo logró. Fue a México y vio a su equipo ganar por 2-0 al Toluca y
clasificar a la final de la Copa Sudamericana de ese año. Cantó, gritó y agitó
sus brazos en el aire. La sonrisa no salía de su rostro.
La
muerte de un miembro también es otra instancia de unión en la GB. Los barristas
se reúnen en el Monumental, dan una vuelta a su alrededor con el cajón cubierto
con la bandera de Colo-Colo, entran al club y entonan cánticos alrededor del
velado. Visten el manto del “Cacique”, flamean banderas, suenan bombos y cantan
al unísono en homenaje al fallecido. “¡Oh, “Pantruca” no se va! ¡No se va, no
se va, "Pantruca” no se va!”, cantaron en homenaje al barrista de ese
nombre. En 2010, él fue aplastado por un
blindado de Carabineros mientras se dirigía al Monumental.
Con
otras barras, también hay ocasiones de hermandad. La barra de la “U” y la de
Colo-Colo se unieron en una pichanga para pedir la libertad de Augusto Pinochet
en el día 11 de septiembre de 1998. Los líderes de ambos bandos incluso
abrazaron a Pinochet hijo en la conmemoración. Además, “Pancho Malo”, ex-líder
de la Garra, se encontró por medio del pinochetismo con líderes de otras
barras: “Spiry” de Los Cruzados, y “Mono
Ale” y “Cabezón Beto” de Los de Abajo. Los tres se vincularon a la Fundación
Pinochet y establecieron una relación amistosa.
Eduardo
Santa Cruz definió a la Garra Blanca como una “montonera”, un “ente no
homogéneo”. Y así es. Ella pega y abraza; insulta y apoya. La barra más famosa
de Chile no es una paloma blanca ni un buitre: es un híbrido de ambos.


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