lunes, 20 de mayo de 2013


11 de septiembre de 1973: su impacto en la Iglesia chilena

LA IGLESIA, BUENA SAMARITANA

Para la Iglesia chilena, el golpe de Estado significó una gran oportunidad para aplicar la misericordia del Evangelio. También significó una instancia de división: hubo pinochetistas y opositores. Pero en su mayoría, el cuerpo de católicos no desperdició la chance y se volvió un dolor de cabeza para Pinochet.

Augusto Catoia Fonseca



Arrodillado junto a Augusto Pinochet y su mujer, Juan Pablo II oró en la capilla del Palacio de La Moneda el 3 de abril de 1987. Después de tres minutos de recogimiento, se acercó al mandatario y a su esposa y los bendijo. A la salida del edificio, el Papa y el militar extendieron manos. Emocionada, la primera dama Lucía Hiriart dijo: “Hará reflexionar a muchos chilenos para que piensen que por sobre todo está nuestro espíritu de fraternidad. Nosotros somos un pueblo unido. Somos un país católico.”

El clima de diplomacia de ese momento no reflejaba la relación entre Iglesia y Estado en el país. El 11 de septiembre de 1973 trajo constantes choques entre ambos a causa de las persecuciones de militares a sus opositores. “La Iglesia fue un reflejo de la sociedad chilena; habían simpatizantes de Pinochet, pero principalmente habían defensores de los oprimidos”, cuenta Joaquín Vecilla, ex miembro e ideólogo de Cristianos por el Socialismo. De los 33 obispos de la Conferencia Episcopal, apenas 3 no solían firmar actas de la Conferencia que buscaban defender a los perseguidos.

Según Antonio Delfau, sacerdote jesuita y director de la revista Mensaje, la defensa a los derechos humanos fue un gran ejemplo de acto cristiano: “Parte de la doctrina cristiana básica es estar junto al débil. Creo que la Iglesia fue muy fiel a esa intuición del “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber” y etc., de Mateo 25, que es la base esencial del cristianismo”.

La acción de la Iglesia no era por ideología política. “Lo veíamos en una línea del Evangelio de estar por los que eran perseguidos, sean de una línea de izquierda, derecha o lo que sea”, aclara el sacerdote español Alejandro Hermidas.

Fui forastero y me recibisteis

A las 8:55 de la mañana del día 30 de agosto de 1983, el General Carol Urzúa salió de su casa en auto, con su conductor y su escolta. A unos 25 metros de distancia, en la intersección de Apoquindo con La Cordillera, lo esperaba un grupo de miristas en una Chevrolet LUV equipados con ametralladoras y fusiles. El vehículo del general recibió 62 balazos y todos sus ocupantes murieron.

En el 16 de enero de 1984, cuatro miembros del MIR involucrados en el caso – Elba Duarte, Pamela Cordero, José Aguilera y Jaime Yovanovic – fueron refugiados por la Nunciatura Apostólica de Chile. El Vaticano les dio asilo diplomático y solicitó permisos para que los cuatro pudieran salir del país. El régimen negó el pedido y rodeó de carabineros al edificio. Los refugiados permanecieron ahí por dos meses, y el caso fue emblema de la tensa relación entre la Iglesia y los militares chilenos. Poco se sabe del desenlace del episodio. “Yo creo que finalmente recibieron el asilo político. De no haber pasado eso, habría quiebre de relaciones entre Chile y el Vaticano. Y nunca hubo eso”, opina Pedro Espinosa, sacerdote jesuita y profesor de Historia de la Iglesia en Chile de la PUC.


Hasta el fin de su mandato en 1983, el Cardenal Raúl Silva Henríquez fue el protagonista de una cruzada por defender los derechos humanos en Chile. Junto al Papa Pablo VI, en 1976, fundó la Vicaría de la Solidaridad, el único grupo en el país que tuvo éxito en preservar de torturas y muerte a los opositores de Pinochet. Y como era un grupo filiado a la Iglesia y no al Estado, los militares no podían mandar en él. 

Al principio, la Vicaría era apenas un grupo que prestaba el oído a familiares de detenidos y desaparecidos. Creció con el tiempo, obtuvo fondos de iglesias de EEUU y Europa, y pasó a contar con psicólogos, asistentes sociales y abogados en un equipo de aproximadamente 200 personas. Prestó apoyo emocional a las familias afectadas por el régimen, asesoró a opositores de Pinochet y refugió a personas perseguidas. Por ejemplo, en 1978 la Vicaría defendió a 224 personas acusadas o detenidas por el gobierno y en 1983 ya eran 5.123. La Vicaría llevaba una contabilidad de todos los arrestos, detenciones y procesos judiciales de todos los acusados.

“¡Ustedes no pueden impedir la Vicaría! ¡Y si tratan de hacerlo, voy a poner los refugiados debajo de mi cama si es necesario!”, exclamó una vez el Cardenal Silva Henríquez a Pinochet. Ese fue el espíritu. La Vicaría dio abrigo a centenares de fugitivos políticos, y a lo largo del país la Iglesia siguió el gesto. “Llegó mucha gente a la Iglesia. Muchos católicos y otra gente no creyente, pero que encontró un espacio. Era el único espacio que había, ¿dónde más?”, dice Pedro Espinosa. En la dictadura, la Iglesia fue el único agente defensor de DD.HH. en Chile que funcionó.
El padre Alejandro Hermidas fue ejemplo de esto. En la primera mitad de la dictadura refugió a unas 50 personas en su casa, una mediagua localizada en la población Juanita Aguirre de Conchalí. Además de acoger gente, el sacerdote orientaba perseguidos políticos a la Vicaría y les daba el contacto de un abogado defensor que conocía. “Me preocupaba por la gente como ellos también se preocupaban por mí. Recibí algunas armas y cosas así para que yo los ayudara en sus dificultades”, recuerda.



Según un cable de la CIA, el trabajo de la Iglesia logró incluso sensibilizar a Jaime Guzmán. En un documento desclasificado de febrero de 1976 se lee lo siguiente: “Guzmán, que es un católico casi fanático, ahora siente que su deber es tanto garantizar la seguridad del nuncio papal en Chile como corregir los abusos de los que le habló el nuncio. Guzmán ha tenido varias conversaciones con (el ministro de Justicia) Schweitzer y con (el presidente de la Corte Suprema) Eyzaguirre para discutir formas de monitorear las mejoras en la situación de los derechos humanos”.

Enemigos del marxismo

Santiago, Hall Central de la Escuela Militar, 11 de diciembre de 2006. En el funeral de Augusto Pinochet, el sacerdote Raúl Hasbún pidió a Dios que “purifique los corazones y perdone a aquellos que se consideran enemigos nuestros.”

El padre Hasbún fue parte de una minoría de católicos favorables al régimen. El motivo era que Pinochet derribó al marxismo, corriente opositora a la Iglesia. El principal exponente de ese lado en Chile fue  el grupo ultraconservador Fiducia. En su labor, apoyaban al régimen de Pinochet y difamaban opositores. Por ejemplo, en un panfleto titulado “La Sotana Blanca” acusaban al Cardenal Silva Henríquez de ser “rojo”, al Obispo Fernando Ariztía de traidor, y al Obispo Carlos Camus de “Judas de la Iglesia”. 

Pero estos opositores no influyeron mucho. “Sólo hicieron ruido. Yo diría que los militares y medios fueron los grandes obstáculos y difamadores”, opina Antonio Delfau. De hecho, la Iglesia amenazó con la excomunión a católicos que la difamaran y persiguieran, porque hacerlo equivalía a conspirar contra la autoridad del Papa. Por esto, la acción de los católicos pinochetistas fue tímida y muchas veces anónima.

Comer y rezar

Según Joaquín Vecilla, la sed por justicia social en la Iglesia fue tanta que ésta no llegó a anunciar el Evangelio adecuadamente: el énfasis en lo terrenal hizo que se olvidaran de lo espiritual. “Se creía que luchar por la justicia social se anunciaba el Evangelio. Pero no es sólo eso. Hay también otra justicia, que es la divina, del perdón y la misericordia. De la cual se habló poco o nada”.



Antonio Delfau no está de acuerdo. “No puede haber catolicismo sin justicia social. La fe y la justicia están plenamente unidas. O sea, tú no puedes tener mucha espiritualidad si tienes el estómago vacío. Tienes que comer primero para después sentarte a rezar. Puede ser que se hayan descuidado algunos aspectos de la fe. Pero yo creo que cuando vivimos en períodos de emergencia, los acentos en ciertas situaciones pueden cambiar. Además, yo creo que floreció la catequesis, la vida parroquial y las vocaciones”.


Durante la misa celebrada por Juan Pablo II el 4 de abril de 1987, volaron palos, piedras y golpes entre Carabineros y manifestantes. En medio al conflicto, el Papa dijo: “El amor es más fuerte”.  Ese fue el principal pensamiento en la Iglesia. Más allá de cualquier ideología política, ella siguió los ideales de humanidad y compasión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario